miércoles, 27 de junio de 2012

Por las calles ensangrentadas de Santiago

Un ex agente de la CIA debe cumplir un encargo de su hija moribunda. Para ello deberá volver a Chile, país en el que actuó para desestabilizar al gobierno de Salvador Allende. Pero la tarea no será nada fácil y las memorias de un panadero le harán comprender la responsabilidad y el resultado de sus actos. "El último tango de Salvador Allende", Sudamericana 2012

"Lo hecho, hecho está, y ya no hay arrepentimiento que remedie ni cancele las acciones. En la vida no hay rewind" piensa David Kurtz, el ex agente de la CIA, uno de los protagonistas de "El último tango de Salvador Allende", la nueva novela del chileno Roberto Ampuero.

Kurtz debe volver a Chile a cumplir con lo que le encargó su hija Victoria antes de morir: entregar un cuaderno y parte de sus cenizas a un hombre. El cuaderno tiene en la portada el rostro de Lenin y entre sus páginas el ex agente descubre el diario de un panadero. Rufino, alias el Cachafaz, es un fanático del tango, trabajador, anarquista por principios y amigo de la juventud de Salvador Allende, el presidente que acaba de ganar las elecciones. La suerte quiere que después de algún tiempo vuelvan a encontrarse y juntos recuerdan las largas jornadas donde el zapatero anarquista Demarchi los adoctrinaba sobre las injusticias del mundo y las eternas partidas de ajedrez.

"El último tango de Salvador Allende" transita las dos épocas, el presente triste y desolado de Kurtz y el Chile revolucionario y conspirativo de Rufino. Ambos son hombres que el destino colocó en lugares importantes de la historia pero sólo uno está seguro de sus ideales.

"La gente que no parece lo que es o debe ser, despierta de inmediato mi desconfianza" escribe Rufino sobre la primera vez que ve a Pinochet sentado junto a Salvador Allende. Mientras suena de fondo la voz de Julio Sosa cantando aquello de "Que el mundo fue y será una porquería ya lo sé... ¡En el quinientos seis y en el dos mil también!" discuten sobre la situación política de un Chile que se cae a pedazos.

Kurtz, mientras bebe Johnny Walker, traduce las palabras que Rufino dejó escritas en su diario y piensa que "Chile se las ingeniaba de una u otra forma para mantenerme prisionero entre los tentáculos de su historia", una historia que está íntimamente ligada con la suya, con la de su hija y la de un amor que nunca pudo ser olvidado.

"Al final, la política y el amor labran siempre laberintos" recita mientras busca las huellas de su hija en las calles de un Chile al que regresa, y no recuerda sino por las palabras de Rufino, para tratar de reconstruir un pasado teñido de violencia, muertes y culpas.

Roberto Ampuero consigue construir un relato sumamente interesante, narrado a dos voces, donde conjuga magistralmente el amor con la política y las ideologías con los sentimientos, sin perder de vista una trama de perfecta construcción, donde la nostalgia tiene música de tango y las heridas no dejan de sangrar.

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